La mujer, que al parecer se había presentado como Gloria
Astrid, les había indicado que se sentaran en la mesa principal que presidía
todo el salón. René al lado de Silence y el hombre y la mujer en frente de
ellos.
–Sabemos por los últimos archivos –empezó Dómenek, el señor
de la banda blanca–, que nunca antes nos habíamos encontrado con algo así,
jovencitos. –los muchachos se quedaron mirándose con cara de desconcierto. Ninguno
sabía a qué se refería. –Tanto usted señorita Forbes –dijo señalando a
Silence–, como usted señorito Vien –terminó con la mirada puesta en René–,
poseen los mismos poderes, algo completamente nuevo en nuestra raza.
–Disculpe señor, pero yo sigo sin saber qué poder poseo.
–dijo Silence con el dedo un poco levantado, como cuando la profesora pedía la
respuesta en clase y ella tímidamente contestaba.
–Su poder, tanto como el de él –dijo Gloria–, son sumamente
poderosos, pues ambos pueden controlar todos los poderes existentes, pueden
crear los hechizos de cualquier libro de brujería, no importa de qué raza sea.
René controlaba los poderes psíquicos, como tener el control
de la mente de cualquier persona. Había sido entrenado por su padre hasta los
diez años y éste le enseñó a utilizarlos. Cuando cumplió once, fue llevado
hasta el Liceo de Saint Claire donde
entrenó solo sus poderes con ayuda de su tutor.
–¿Qué quiere usted que hagamos? –habló René. Silence le echó
una mirada de soslayo. Él parecía asustado o realmente sorprendido, pensó
Silence.
–Somos demasiado pocos, en comparación con los últimos años.
Hemos bajado a tan solo 113 brujos Pielazul. Los Cienojos habían descubierto el
paradero de la última portadora del gran gen y solo nos quedó el único remedio
de traer a la señorita Forbes al Liceo, junto con usted –dijo–, necesitamos que
entrenen lo máximo que puedan. Los encantadores están haciendo un hechizo de
protección para el colegio y todos los alumnos y tutores están preparados para
lo que pueda pasar, si los Cienojos deciden atacar. Ustedes dos –los miró,
primero a ella y después a él–, son nuestra arma más segura, pero por lo que he
visto al darles la noticia, ninguno era conocedor de sus extremas habilidades.
–Haremos lo que podamos señora Astrid –dijo René– entrenaremos
lo máximo posible. ¿No es así Silence?– preguntó a la muchacha y ésta asintió
con la cabeza. Silence no sabía ni de qué estaban hablando, pero por lo poco
que había entendido, alguien quería matarlos y eso no era el plan que su madre
le había preparado para ella, por eso haría lo necesario para ayudar.
–Lo último que necesitamos –habló el señor– es el Libro de
las Hadas, aun no sabemos dónde está y es necesario para crear algunos hechizos
que nos podrás ayudar con todo este desastre que nos espera. –Necesitamos
–continuó–, que busquéis el Libro. No importa dónde, tenéis que utilizar
vuestros poderes e intentar localizarlo –dijo mientras se ponía de pie. Gloria
lo siguió.
–Contamos con ustedes. –dijo ella y ambos salieron del salón
dejando a los jóvenes solos.
–Esto es una locura, ¿Cómo voy a poder controlar todos los
poderes si apenas se encender la cocina de gas? –inquirió Silence preocupada.
René dibujó una sonrisa mientras la miraba. –¿Te hace gracia? Tenemos que
buscar un libro que ni siquiera sabemos dónde está. Podría estar en otro país,
otro continente y a ti... ¿te hace gracia?–A Silence le costasba respirar. Había
soltado todo el discurso del tirón, pero René seguía sonriendo.
–No te preocupes, estarás conmigo y yo sí sé encender la
cocina de gas –bromeó el joven–, además, si tenemos que ir a buscarlo en otro país...
¿acaso importa? tendremos vacaciones ¿no? La cara de Silence iba poniéndose cada vez
más roja.
–¿Vacaciones? ¡Quieren matarnos! Ahí fuera hay gente que
quiere vernos muertos. Salir del país sería ponérselo en bandeja.
–Yo estaría delicioso rodeado de verduras a la plancha sobre
una fuente de plata. –continuó bromeando René. Esta vez riendo
–Sí, y con una manzana en la boca –le siguió la broma– ¿Me
quieres explicar qué vamos a hacer ahora? –dijo preocupada ella.
–Por ahora nada, solo intentaré no fijarme tanto en cómo te
pones roja cada vez que hablo. –él quitó sus manos que descansaban en su
cabeza, se levantó, le guiñó un ojo a Silence y se fue por la puerta. Dejando a
Silence aún más roja de lo que estaba.
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