domingo, 22 de septiembre de 2013

Capítulo Sexto.

La mujer, que al parecer se había presentado como Gloria Astrid, les había indicado que se sentaran en la mesa principal que presidía todo el salón. René al lado de Silence y el hombre y la mujer en frente de ellos.
–Sabemos por los últimos archivos –empezó Dómenek, el señor de la banda blanca–, que nunca antes nos habíamos encontrado con algo así, jovencitos. –los muchachos se quedaron mirándose con cara de desconcierto. Ninguno sabía a qué se refería. –Tanto usted señorita Forbes –dijo señalando a Silence–, como usted señorito Vien –terminó con la mirada puesta en René–, poseen los mismos poderes, algo completamente nuevo en nuestra raza.
–Disculpe señor, pero yo sigo sin saber qué poder poseo. –dijo Silence con el dedo un poco levantado, como cuando la profesora pedía la respuesta en clase y ella tímidamente contestaba.
–Su poder, tanto como el de él –dijo Gloria–, son sumamente poderosos, pues ambos pueden controlar todos los poderes existentes, pueden crear los hechizos de cualquier libro de brujería, no importa de qué raza sea.
René controlaba los poderes psíquicos, como tener el control de la mente de cualquier persona. Había sido entrenado por su padre hasta los diez años y éste le enseñó a utilizarlos. Cuando cumplió once, fue llevado hasta el Liceo de Saint Claire donde entrenó solo sus poderes con ayuda de su tutor.
–¿Qué quiere usted que hagamos? –habló René. Silence le echó una mirada de soslayo. Él parecía asustado o realmente sorprendido, pensó Silence.
–Somos demasiado pocos, en comparación con los últimos años. Hemos bajado a tan solo 113 brujos Pielazul. Los Cienojos habían descubierto el paradero de la última portadora del gran gen y solo nos quedó el único remedio de traer a la señorita Forbes al Liceo, junto con usted –dijo–, necesitamos que entrenen lo máximo que puedan. Los encantadores están haciendo un hechizo de protección para el colegio y todos los alumnos y tutores están preparados para lo que pueda pasar, si los Cienojos deciden atacar. Ustedes dos –los miró, primero a ella y después a él–, son nuestra arma más segura, pero por lo que he visto al darles la noticia, ninguno era conocedor de sus extremas habilidades.
–Haremos lo que podamos señora Astrid –dijo René– entrenaremos lo máximo posible. ¿No es así Silence?– preguntó a la muchacha y ésta asintió con la cabeza. Silence no sabía ni de qué estaban hablando, pero por lo poco que había entendido, alguien quería matarlos y eso no era el plan que su madre le había preparado para ella, por eso haría lo necesario para ayudar.
–Lo último que necesitamos –habló el señor– es el Libro de las Hadas, aun no sabemos dónde está y es necesario para crear algunos hechizos que nos podrás ayudar con todo este desastre que nos espera. –Necesitamos –continuó–, que busquéis el Libro. No importa dónde, tenéis que utilizar vuestros poderes e intentar localizarlo –dijo mientras se ponía de pie. Gloria lo siguió.
–Contamos con ustedes. –dijo ella y ambos salieron del salón dejando a los jóvenes solos.
–Esto es una locura, ¿Cómo voy a poder controlar todos los poderes si apenas se encender la cocina de gas? –inquirió Silence preocupada. René dibujó una sonrisa mientras la miraba. –¿Te hace gracia? Tenemos que buscar un libro que ni siquiera sabemos dónde está. Podría estar en otro país, otro continente y a ti... ¿te hace gracia?–A Silence le costasba respirar. Había soltado todo el discurso del tirón, pero René seguía sonriendo.
–No te preocupes, estarás conmigo y yo sí sé encender la cocina de gas –bromeó el joven–, además, si tenemos que ir a buscarlo en otro país... ¿acaso importa? tendremos vacaciones ¿no? La cara de Silence iba poniéndose cada vez más roja.
–¿Vacaciones? ¡Quieren matarnos! Ahí fuera hay gente que quiere vernos muertos. Salir del país sería ponérselo en bandeja.
–Yo estaría delicioso rodeado de verduras a la plancha sobre una fuente de plata. –continuó bromeando René. Esta vez riendo
–Sí, y con una manzana en la boca –le siguió la broma– ¿Me quieres explicar qué vamos a hacer ahora? –dijo preocupada ella.

–Por ahora nada, solo intentaré no fijarme tanto en cómo te pones roja cada vez que hablo. –él quitó sus manos que descansaban en su cabeza, se levantó, le guiñó un ojo a Silence y se fue por la puerta. Dejando a Silence aún más roja de lo que estaba.



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