Laia no mentía cuando dijo que a las seis de la mañana
debían estar despiertos y perfectamente vestidos. Cara, la sirvienta de la
planta doce del castillo, había tocado insistentemente la puerta de la
habitación de Silence, despertando no solo a ella, sino a los demás alumnos de las otras habitaciones
del pasillo.
– ¿Qué es eso? –preguntó
Alden con los párpados entrecerrados.
–Eso, mí querido brujo –contestó Lenss incorporándose en la
cama–, es la llamada de la jefa.
– ¿Os despiertan a porrazos en la puerta? –dijo él con los
ojos más abiertos.
–Vivimos al límite –contestó ella con una sonrisa. Acto
seguido, Lenss se levantó de la cama. Su pelo era una maraña color caramelo con
destellos dorados, su camisón estaba levemente arrugado e iba descalza caminando
por la habitación. Descorrió las cortinas de los dos ventanales que tenía su
habitación, dejando pasar los primeros rayos de la mañana. Alden la seguía con
la mirada ¿Porqué le era tan familiar aquella chica?
***
En el comedor,
estaban sentados quince alumnos Pielazul y al lado de Lenss estaba
Alden; Laia presidía la mesa y mantenía la conversación con dos alumnos;
Virgine jugueteaba con la gelatina de frutas que había en su plato de porcelana
fina y René y Charles hablaban, mientras los sirvientes llenaban tazas de café,
té o traían más azúcar a la mesa.
–Al menos no me miran como si fuera un delincuente –dijo
Alden.
–No lo hacen porque no lo eres, además no todos son como
René y Virgine, ellos te han aceptado
–dice esta vez, mirándole a los ojos–, saben que eres importante.
Le sonrió.
Cuando terminaron de desayunar, todos fueron reunidos en el
teatro de la planta inferior del Castillo. Todos se miraban confusos sin saber
por qué esta vez debían ir al teatro. Normalmente lo utilizaban para las visitas,
Laia contrataba a buenos intérpretes de grandes obras y las representaban allí
para sus invitados, pero esta vez, les pilló por sorpresa.
–Señores y señoritas, atiendan por favor –dijo Laia y
carraspeó–, este domingo recibiremos la visita de Olaf Valois, el dueño del
Castillo, como ya sabréis. Ante la noticia Virgine empezó a dar saltitos y
palmaditas como una niña tonta. –El caso es, que no es precisamente la visita
de los Valois al castillo lo que nos interesa, sino la visita de otras
personas. Dos miembros de los Cienojos estarán presentes ese día, en este mismo
castillo –dijo, y un revuelo empezó a propagarse por todo el teatro, resonando
por las increíbles y altas paredes. – ¡Callad, por favor! No hay de qué
preocuparse, todos los superiores del Consejo están avisados de su presencia, y
vuestra será la misión más importante.
–Estamos arriesgando nuestras vidas por algo que nunca hemos
visto, Laia. No haré nada que ponga tan en riesgo mi vida –dijo uno de los
alumnos, el chico de pelo negro y ojos avellana. Había cruzado sus brazos sobre
su pecho y apartó la mirada de la señora Lagrate.
–James, esa no ha sido una buena contestación por tu parte.
–acusó Laia.
–Yo estoy con James –protestó Charles.
Gritos a favor de los dos muchachos resonaron otra vez por
la sala. Laia los miraba atónitos, solo Virgine seguía en su posición y Alden
sujetaba la cintura de Lenss, apartándola del griterío que se había formado en
el centro del escenario. Incluso René se había unido al revuelo.
Laia mandó un fuerte grito, impropio de una dama, que hizo
que todos se callaran a la vez, mirándola.
–No tenéis de que preocuparos, vuestra misión será bailar
ballet, representaréis el Lago de los
Cisnes para los presentes.
–Yo no sé bailar ballet, madame Lagrate. –dijo Sarah, una de
las más jóvenes en el castillo.
–No os preocupéis, vuestra preparación empieza hoy, hay
cinco profesores profesionales esperándoos en la sala trasera. Los vestidos y
los zapatos están hechos a medida así que no tendéis problemas con ellos. Y una
cosa más chicos –dijo girándose hacia ellos y con el dedo índice hacia arriba–,
no os olvidéis de que debe ser una gran actuación, no queremos que esa maldita
secta salga descontenta de aquí.
Mientras que el resto de las chicas y chicos se colocaban
sus maillots y los zapatos de ballet para empezar con la clase, Alden y Silence
se habían quedado en las últimas butacas del teatro, queriendo así, tener un
poco de descanso.
–Él me odia, lo sé, no intentes convencerte a ti misma de
que es mentira lo que te estoy diciendo.
–René solo está disgustado por la noticia que nos dieron, él
no tiene ningún problema contigo. –dijo Lenss.
–Si eso es lo que quieres creer...–dejó la frase en el aire,
pero no dudó en continuarla–, ¿como te sentirías tú, si un día lo tuvieras todo
y al día siguiente viene otro y te lo quita, así porque sí? René piensa que se
lo he quitado todo de la noche a la mañana, no hay mirada más sincera que la
que recibo por parte suya desde que nos encontramos. –dijo él, agachando la
cabeza.
–Pero tú no le has robado nada, él tiene su casa aquí, sus
amigos, la protección del Consejo...–ella fue interrumpida.
–Pero ya no te tiene a ti.
Silence cogió su mano y la sostuvo hasta que la profesora de
ballet salió para empezar. Ambos se levantaron de la butaca, aun cogidos de la
mano.
–Creo que ya voy recordando quien eres, Alden.
***
Los días iban pasando y el entrenamiento era más duro. Las
chicas necesitaban una mayor elasticidad y los chicos mayor ligereza en sus
movimientos. Los días de práctica se convertían en días cómicos y de diversión
para los alumnos, incluso René parecía estar pasándoselo bien.
En un día de entrenamiento, René se acercó a Silence.
– ¿Tienes que esperar a que me acerque yo para hablar? –le
preguntó él al oído.
–Si dejaras de apartar tu cara cada vez que intento
hablarte... –el sonrió y resopló.
–Ni siquiera has estado pendiente de lo que hago, tienes
otros intereses, ¿no?
– ¿Debería? –Preguntó secamente ella–, está claro que tengo
otros intereses, aprender a bailar ballet en menos de tres días, ¿te parece
poco?
–Ay hermanita –dijo rodando su cuello, con el brazo–, estoy seguro
de que bailarás genial. –dijo y le dio un beso en la mejilla, ruborizándose
así, ella.
***
–Es tu hermano, es normal que te dé ánimos –aclaró Alden. Ya
era de noche y después de haber cenado todos juntos, como siempre, subieron
cada uno a su habitación.
–Los hermanos no hablan con ese tono, Alden –dijo ella
acolchando la almohada y colocándola de nuevo en su cama.
–Has sido criada como hija única, brujita, no creo que tengas
mucha idea de cómo se hablan los hermanos. –afirmó sabiamente él.
Silence enrojeció y le lanzó el cojín dorado que decoraba su
cama, él como respuesta se lo devolvió, pero con más fuerza.
– ¡Alden! –protestó la chica.
–Has empezado tú – dijo él entre sonrisas–, ahora
atente a las consecuencias.
En un momento se desató la tercera Guerra Mundial en la
habitación de la planta doce. Los dos jóvenes se perseguían, ambos con el
pijama ya puesto corrían y se subían a las camas como dos críos jugando. Lo divertido
era que nadie podía decirles que pararan.
Ambos cayeron en redondo sobre la cama de Silence, Alden
seguía riéndose y Lenss estaba roja por el esfuerzo de haber recorrido la
enorme habitación.
–Ahora entiendo porqué René me miraba así. –dijo Alden.
– ¿A sí, y por qué? –preguntó ella
–Porque él ya no va a poder volver a hacer esto. Y yo no
pienso cansarme de hacerlo.
Alden se inclinó sobre ella, cubriéndola completamente. La
tomó por su rostro y empezó a besarla. Silence le siguió, hundiendo sus manos
sobre el pelo del chico, mientras que él, bajaba su mano para encontrarse con
la cintura de ella. Silence se sintió por una vez, desde que todo había
empezado, a gusto, feliz. Alden la besaba cada vez con más fiereza y ella le
respondía con los mismos besos. Rodaron por la cama y Lenss quedó arriba,
mirándolo. No podía ser más hermoso.
***
4 de Julio de 2001,Castillo de Saint Claire (París)
El baile de máscaras había empezado y Caroline bailaba con sus hijas en un pequeño corro en el centro del palacio. Olaf observaba detenidamente a Virgine y Karina, ambas habían sido entregadas a los Valois para ser cuidadas desde el día de su nacimiento.El problema era que Karina era una Aguamarina y Virgine era una Pielazul, ambas gemelas pero de diferente raza, algo completamente inusual.
Mientras que la música seguía sonando en el Castillo y los invitados se divertían, Olaf fue advertido por uno de sus súbtidos de que los Cienojos habían entrado al Castillo y exigían verle.
-Señor, han amenazado con entrar a la fuerza. No he querido tomar un riesgo innecesario, así que he preparado un carruaje para su esposa y las niñas. - el joven inclinó la cabeza.
- Bien hecho Thomas, no quiero que los planes se vayan al traste. La profecía debe cumplirse, y esas niñas tienen que vivir.
-Lo entiendo, mi señor. -volvió a inclinar la cabeza. -entonces... ¿les digo que pueden pasar?
-Hazlo, veamos que quieren. Llama a Caroline y dile que esté preparada.
El joven vasallo asintió y se fue corriendo por la sala hasta desaparecer por completo.
No pasó ni un minuto cuando los Cienojos entraron en el Castillo, de la manera más imperdonable, con gritos y risas chirriantes.
Las niñas se refugiaron en las faldas de Caroline. Ella era una mujer fuerte a la que le habían encomendado la misión de cuidar a esas dos pequeñas, una promesa irrompible que muchas brujas tuvieron que hacer.
-¿Qué buscan en mi Castillo? Aquí no son bien recibidos y lo saben. Olaf se puso delante de su esposa, cubriendolas a las tres.
-Esas niñas son lo que buscamos. Entregadlas y nadie saldrá herido.
Ante las palabras del primer Cienojo, Olaf dio la voz de alarma, todos los varones de la sala desenfundaron su espada y empezó la lucha. Caroline sujetaba las manos de las niñas mientras corrían, y ante la presencia de uno de los Cienojos, Caroline aceleró la marcha.
Las niñas casi no podías seguir el ritmo y Karina se soltó, cayendo al suelo y siendo atrapada por uno de ellos, Caroline tambien calló junto con Virgine, que miraba como se llevaban a su hermana. De la nada, otro apareció para atrapar a Virgine, pero Olaf lo atravesó con su espada.
Olaf y Caroline, no pudiendo soportar la culpa, borraron los recuerdos de Virgine sobre Karina, y abandonaron el Castillo, dejándolo como refugio bajo el hechizo de protección. Dejando a Virgine con cinco años al cuidado de Laia Lagrate.