jueves, 26 de septiembre de 2013

Capítulo Séptimo.

Cuando Silence reaccionó, echó la silla hacia atrás, haciendo que cayera al suelo golpeando el viejo suelo de madera desgastado y provocando un fuerte estruendo que retumbó por todo el salón, haciendo incluso tiritar las pequeñas lagrimas de cristal de las tres enormes lámparas que iluminaban la sala. Ni siquiera paró para colocar bien la silla, corrió por el pasillo y abrió como pudo la gran puerta.
Aquello era terriblemente grande y no sabía por dónde se había ido René. ¿Cómo había atravesado todos esos pasillos largos tan rápido? Obviamente, él llevaba en el Liceo más tiempo que ella y seguramente ya conocería a dónde llevaba cada pasillo. Cuando decidió dirigirse hacia la derecha, escucho el murmullo de personas hablar. Una de ellas, era una voz masculina que parecía estar dando explicaciones, mientras que las otras dos, se desquitaban con él. Las voces provenían de una puerta idéntica en forma a la del salón, pero de tamaño era unas cuantas pulgadas más pequeña; sin hacer ruido, Silence empujó levemente la puerta pudiendo escuchar más la conversación.
– ¿Sola? ¿La has dejado sola allí? –dijo la voz de la mujer.
–Tampoco es para tanto Angelina. ¿Angelina? Vaya, posiblemente esta era la habitación en la que el tutor de René la estaba esperando y posiblemente sea ella esa chica “sola” de la que Angelina estaba terriblemente preocupada.
–Deberías haberla traído contigo, no podemos perder mucho tiempo y ella lleva mucho retraso en cuanto a su formación. –esa era una voz masculina, unos tonos más graves que los de René. Era su tutor.
–Iré enseguida a buscarla. No hay ningún problema.
Silence al escuchar aquello se despegó rápidamente de la puerta y sin pensarlo dos veces, la empujó y entró, haciendo que los tres la miraran con cara de asombro.
– ¿Qué? tampoco es tan difícil. Soy una bruja... ¿no? Angelina sonrió y tambien lo hizo el tutor de René. El chico la miraba de arriba abajo y eso hacía que la joven se sintiese un poco incomoda.
–Bueno cielo, ya que estás aquí tan pronto, y no gracias al señorito Vien... –dijo echándole una mirada de soslayo a René–, debemos empezar con vuestro entrenamiento.

***
Después de estar toda la mañana hasta la hora de comer leyendo libros de brujería y pócimas increíblemente útiles para la vida de los no-brujos, Silence entró al comedor acompañada de Frankie a su lado, que llevaba en su bandeja la misma comida que ella.  Frankie se sentó en un lugar de la larga mesa en el que había dos huecos libres.
–Sé que estás cansada, pero te acostumbrarás. Además, tú tienes compañero de estudio. Aquí todos entrenamos solos y vosotros no. Por cierto... ¿quién es?
–Habitación trece. –contestó Silence.
– ¿Pero qué demonios estás diciendo, Lensie? ¿Quién es tu compañero?, no un número de habitación. –protestó Francine.
–Es el chico de la habitación trece, eso era lo que quería decir. Un tal René Vien... ¿Sabes quién es?
– ¡¿QUÉ!? –gritó Francine, haciendo caer las uvas de su bandeja y provocando que ella y Silence fueran el centro de atención. – ¡Chicos, podéis continuar con vuestra vidas, vamos, vamos! –inquirió Frankie dando palmaditas y haciendo que los demás volvieran a retomas “sus vidas” como había dicho Frankie.
–Lensie, René Vien es uno de los brujos más profesionales de todo el Liceo, por no decir del mundo.
– ¿A qué te refieres? Yo tengo sus mismos poderes, ¿no me hace eso a mí ser tambien la mejor?
–Te equivocas rotundamente, Lensie –dijo– ese chico lleva aquí mucho tiempo. Dicen que su poder más destacado es la telequinesis, ¿lo sabías?
–Lo sabía pero... Silence no pudo acabar la frase. Alguien se había sentado en frente de ellas dos. Al otro lado de la mesa, René las miraba con una cara divertida. Silence y el chico no había tenido tiempo para hablar sobre la reunión de esta mañana con esos dos señores. En verdad sí, pero René había metido la pata con aquel comentario y el tema desapareció.
– ¿Quieres algo? –preguntó Silence.
–Solo me he sentado en el único espacio libre de todo el comedor. Mira, está lleno hasta la bandera. Frankie soltó una pequeña risitas entre dientes.
–Aún no tengo claro el asunto de esta mañana. –dijo Silence.
–Tranquila, como ya te dije, yo si sé encender la cocina de gas –bromeó el chico.
–No tiene gracia, René. ¿Quiénes eran esas personas?
–Alto, alto, alto... ¡STOP! –Interrumpió Francine– ¿Qué me he perdido, Lensie?
– ¿Lensie? –preguntó René medio riendo. Silence le hizo una mueca y le sacó la lengua infantilmente haciendo que René sonriera más.
–Esta mañana, unas personas...
–Buscadores, esas personas eran buscadores. –dijo René. – ¿Qué hacían buscadores aquí? –pregunto Fran. – Ya sabes lo que buscaban. No puedo hablar más del tema. Lo sabes.
– ¡No!–protestó Silence– yo no sé qué pasa, ¿vais a decirme algo, o voy a tener que obligaros a la fuerza para que me lo contéis?
–Por mí, bien –René levantó el dedo índice– ¡Una de fuerza por favor! –dijo casi gritando.
–Tsss, cállate. ¿Va a hablar? –preguntó Silence.
–No. La cara de Silence se ponía roja. –No ahora, tengo toda la tarde ocupada. Ven esta noche, te diré todo lo que quieras saber.
–Más te vale. –respondió fríamente Silence.

***

En la habitación, Silence le deshacía las trenzas doradas, casi blancas a Francine. Su pelo quedó ondulado, creando así la imagen de las olas en la mente de Silence. La niña rápidamente pensó en su hogar, en su madre y en el resto de su familia. Los había dejado allí, el peligro mientras ella estaba a miles de kilómetros de distancia, sana y salva resguardada por unos fuertes muros de piedra y encantamientos.
–Te gusta, ¿lo sabías? –dijo Fran, haciendo volver a Silence a la realidad– claro que lo sabías. Y él también lo sabe.
 – ¿Qué? Francine... apenas le conozco de dos días, cómo me va a...
– ¿Importa? A caso eso... ¿importa?
 –Frankie...–dijo en casi un susurro Silence–, solo estoy aquí para completar la misión. Mi madre quería que yo estuviera aquí para estar a salvo y no puedo distraerme.
–Mis padres también querían que yo estuviera a salvo, Lensie... La voz de la joven se apagó. Silence recordó la triste historia de los padres de Fran. Él, comido por las llamas en una misión perdida y ella medio quemada, aferrada a la vida para dejar bien claro que quería que su hija se quedara en el Liceo. Protegida. Al igual que Silence.

Silence la abrazó. Sus largos cabellos rubios y ondulados caían también por los brazos de Silence. Sus brazos, fuertemente cubriendo el cuerpo de su amiga. Amiga. Probablemente, Silence estaba resultando ser, la única amiga que Francine había tenido en años.




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