domingo, 22 de septiembre de 2013

Capítulo Quinto.

Angelina, como nueva tutora de Silence, tuvo que  encargarse de despertarla y de entregarle su nuevo uniforme. Era como el de Francine, totalmente blanco (excepto los zapatos, que eran negros), la falda era del mismo corte que el de su compañera de habitación y la blusa le quedaba un poco grande. Silence tuvo que arreglarse el pelo como pudo; un leve recogido de su cabello por las mechas de delante, adornándolo con una cinta verde esmeralda detrás de su pelo. Eran las seis de la mañana y los rayos de sol ya penetraban en la habitación con bastante fuerza.
La niña se levantó medio dormida, debido a la pequeña excursión que tuvo anoche en donde conoció a un particular chico. Silence pensó que podría estar en sus clases, pero al momento recordó que no todos los brujos tienen el mismo don. Cada uno es diferente al de otro. Eso era lo que los hacía únicos.
–Ven, date prisa querida, ya nos están esperando –dijo Angelina con una voz muy serena,  mientras avanzaba por los largos pasillos en los que ella, esa noche, estuvo vagando. Angelina iba vestida como de época. Se notaba que bajo su vestido azul de cachemira, llevaba un corsé que le resaltaba aun más las líneas de su figura; un lazo del mismo color que el vestido, era de terciopelo y le adornaba la cabeza, enredándose con dos perfectas trenzas que se cruzaban y recubrían la zona baja de su cabeza. –Hoy te enseñaremos tu clase. Solo tendrás una, por supuesto –continuó la mujer–, y te presentaremos a tu único compañero. Sois los únicos brujos Pielazul que teneis los mismos poderes.
– ¿Qué poder tiene mi compañero? Quiero decir... yo aún no sé cuál es el mío. –dijo Silence– y además, pensé que ningún brujo tenía los mismos poderes...¿no?
–Eso tambien lo pensábamos nosotras querida –dijo la mujer sin mirarla–, pero al parecer no todo a resultado ser como esperábamos.
Silence no sabía a qué se refería Angelina con aquellas últimas palabras. Y desde luego, y principal, ella no le había contestado a su pregunta. Solo le quedaba esperar.
Tras unos cuantos pasillos helados más, llegaron por fin a la sala que buscaban. Para sorpresa de Silence, era el salón en el cual, ayer conoció a René. Al fondo de la sala había tres personas, una mujer y un hombre, vestidos con una túnica azul marina que se ataba a sus cuellos. La mujer tambien llevaba un vestido de época como Angelina, pero el de ella era de tres tonos más oscuros que el de su tutora. El hombre iba con una camisa del mismo color de la mujer y una especie de banda blanca le recorría desde su hombro izquierdo, perdiéndose en su cintura por la parte derecha, pantalones a conjunto y botas negras de caña mediana. El chico que estaba con ellos, su compañero, resultó ser René. Él iba con un uniforme blanco, parecido al que Silence llevaba, pero para chico. El cuello de su blusa se abría dejando ver su clavícula y las mangas las había echado hacia atrás, hasta el inicio de sus codos. Su pelo castaño estaba alborotado y parecía tener la misma cara de sueño que Silence, porque sus ojos verdes apenas se podían ver. El uniforme parecía destacar más en la piel del chico que en la suya, puesto que él tenía una piel medio bronceada.
–Por fin, ya pensábamos que la señorita Forbes había abandonado el Liceo clandestinamente. –soltó el hombre con una pequeña risita.
–Sentimos el retraso, la señorita Forbes tiene que adaptarse al horario nuevo de Toulouse. Llegamos ayer por la tarde, bien entrada la noche y apenas habrá descansado. –se disculpó Angelina con una leve inclinación de cabeza al terminar la frase.
Al oír eso, Silence y René se miraron. Él mostraba una leve sonrisa, recordando posiblemente el encuentro de esa noche, a lo que Silence solo pudo ponerse roja, notando sus mejillas arder.
–Angelina –habló por fin la mujer, que había estado callada todo el tiempo–, puedes retirarte, el tutor del señorito René la esperaba en la sala de Pruebas para hablar sobre el horario de práctica de los muchachos –sentenció.

Angelina asintió una última vez con la cabeza, giró hasta darle la espalda a todos ellos y abandonó el salón dejándolos solos a ellos cuatro.

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