jueves, 26 de septiembre de 2013

Capítulo octavo.

¡Toc!-¡toc! Una voz en el interior de la habitación habló, dando permiso para entrar.
– ¿Puedo? –preguntó la niña
– ¿Quieres hacer el favor de pasar ya? –René estaba en la silla del escritorio. Solo llevaba su pantalón de pijama e iba descalzo. En su espalda se dibujaban perfectamente sus músculos, y su cabeza estaba gacha, mirando hacia algo en la mesa. – ¿O vas a estar ahí fuera todo el tiempo? Silence sin contestar, evitando así otra estúpida discusión, entró cerrando la puerta. Ella tambien iba con el pijama, pero esta vez llevaba un camisón blanco que Francine le había dejado; llevaba su pelo recogido en una coleta medio suelta, haciendo que varios mechones de pelo quedasen sobre su cara.
– ¿Qué haces? ¿Escribes un diario? –preguntó Silence graciosamente, y enseguida comenzó la broma. – Querido diario... –dijo ella poniendo una voz ridícula y tonta–, soy un cretino. Fin. Al terminar ella estalló en una abrumadora risa que no podía contener.
–Realmente me ha llegado –dijo burlonamente él, mientras colocaba la palma de su mano en su pecho– Enserio, dedícate a escribir... bueno no.
–Sabes que sería una gran competencia –le dijo ella guiñándole el ojo–; bueno, no tengo tiempo para tonterías.
– ¿Y yo sí? Silence lo calló haciendo un ademán con la mano.
–Los Buscadores. Tienes que decirme quienes son ¿recuerdas? –dijo ella.
–Como si fuese ayer. –contestó él
– ¡Ha sido hoy! ¿Por alguna extraña razón, alineación de planetas o coincidencias lunares, sabes al menos en qué maldito día vives?
– ¿Has pensado todo eso tú solita? –esta vez él le guiñó el ojo.
–Ahora hablo enserio René. Habla, por favor. El chico decidió apartar las bromas un momento y ponerse serio. René se levanto de la silla y con un ademán, le indicó a Silence que se sentara en la cama. Él hizo lo mismo, poniéndose a su lado, los dos apoyados en el cabecero.
–La historia es muy larga, así que intentaré resumirla. Silence no dijo nada por lo que el chico prosiguió. – Cuando las Brujas y los Brujos Golden Tongue, los primeros en el mundo aparecieron, crearon una especie de fortaleza hacia sus poderes; algo que les aseguraba que jamás se les serían arrebatados y pudiéndolos conservar para siempre. Sabes que somos inmortales, ¿no? –Silence asintió. En realidad, ella no tenía ni idea. Pensaba que eso de la inmortalidad existía solo en las mitologías, pero al parecer, todas esas historias que una vez creyó que eran simples cuentos, le había abofeteado en la cara, recibiendo el paquete completo. Era inmortal y poseía todos los poderes posibles. –Cuando los Golden Tongue decidieron compartir, solo una cuarta parte de su poder, crearon a las Rainbow  Witchs, solo eran mujeres, ellas eran las encargadas del control del tiempo, pero cuando una de ellas se rebeló, fueron castigas, pudiendo solo salir cuando aparecía el arcoíris. Y no siempre sale después de llover, eso ya lo sabes.
–Pero, ¿qué tiene que ver toda esa gente, que hay de los buscadores?
–Espera. El chico continuó. –Los Golden Tongue, guardaban algo. Era una cosa muy poderosa y que un día fue descubierto por una insensatez. Ellos guardaban el Cristal Azul. Era la piedra mágica que les hacía conservar sus poderes y rápidamente una asociación de no- brujos, creo que ya los conoces, los Cienojos, quisieron robar el Cristal. No solo querían su poder, sino que también tenían miedo de los Brujos. Ahí empezó nuestra guerra. Muertes innumerables, vidas destrozadas. Solo Sencele, una Rainbow Witch, nacida de una gota de agua, mezclada con el Sol sobrevivió junto con Caleb, un Brujo Golden Tongue, ambos tenían 5 años. Su raza fue mezclada y de ellos, sus hijos, salieron diferentes razas de brujos. Entre una de ellas, nosotros. Su última hija, llamada como su madre, fue la Guardiana del Cristal Azul durante cientos de años.
– ¿Qué pasó entonces?
–Los Cienojos habían robado el Cristal, quemaron a la gran mayoría de nosotros, en una misión a Bélgica. Con nuestros amigos, también murieron todas las demás razas. Ahora los Buscadores tienen la misión de encontrar el Cristal. Ellos no lo saben utilizar, y es por eso que lo han escondido.
–Es una historia muy triste.
–Nadie dijo que la vida fuese todo de luces y de color. La felicidad solo existe en los “...y vivieron felices y comieron perdices”, ¿no te parece? –preguntó él. Inconscientemente, Silence apoyó la cabeza en el hombro desnudo de René, habiendo sorprendido a éste.
–No siempre. Un final feliz no tiene porque ser bonito. Simplemente, tiene que ser del agrado de sus protagonistas. –dijo ella. René le soltó la coleta que se deslizó hábilmente por sus cabellos, y empezó a acariciárselos.


 Ninguno parecía haberse dado cuenta de lo que había pasado. Cuando despertó, Silence estaba mirando directamente el pecho de René. Levantándose poco a poco, apoyando sus manos en el torso de éste, que seguía dormido, se dio cuenta de que había dormido sobre él. Abrazados.

Sin hacer ruido ella salió de la habitación, cerrando la puerta  no sin antes echarle un último vistazo a la habitación, viendo como René dormía tranquilamente, aún con sus manos en su pecho, que subía y bajaba plácidamente. 


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